lunes, 28 de diciembre de 2015

Incursión literaria.

Hola! Soy Juan R. Sainz Aragonès y os doy la bienvenida una vez más a Nunca tendré razón.

Hoy para variar no hablaré ni de manga, ni de anime ni de videojuegos, sino que os traigo la primera página de una historia que estoy escribiendo y que espero que os guste. Si fuera el caso y queréis saber como continua escribidme en los comentarios aquí debajo y os pondré la continuación! Gracias!

Era de día y había luz aunque el cielo estaba gris. Intenté tomar una fotografía del paisaje, pero a través de la lente solo veía oscuridad. Ese no era un cielo normal, ese Sol que se adivinaba detrás de las nubes del mismo modo que se entreve una silueta humana a través de una cortina de ducha semitransparente, como lo haría en un día nublado, pero tampoco era el caso exactamente.

El páramo que había intentado retratar con mí cámara estaba dando paso a un desierto frente a mis ojos. Ella me tomó de la mano tan repentinamente que si no hubiera tenido la correa alrededor de mi cuello es más que probable que mi único medio de capturar imágenes en ese mundo se hubiera despeñado por el abismo que teníamos a escasos centímetros de nuestros pies. La miré y me di cuenta de que no sabía quien era ella. No sabía cuando llegamos ahí, ni como, pero esa menuda niña de cabello castaño claro y ojos azul grisáceo parecía tener todas las respuestas, o almenos eso juzgué por la forma en la que tiraba de mí por ese paraje, desprendiendo más seguridad que miedo, como si se moviera por experiencia en lugar de lanzarse hacía lo desconocido espoleada por la incertidumbre.

Después de recorrer varios metros ya no me dejé arrastrar y corrí junto a ella huyendo juntos de ese proceso de desertización extraordinariamente acelerada. Todo parecía ser sobrenatural, pero nada me sorprendía. No era consciente de nada, pero al mismo tiempo sabía que aquello no era un fenómeno aislado de este mundo.

Cada metro y cada segundo que recorríamos parecía llevarse parte del oxígeno que contenía el aire que acariciaba nuestros rostros al mismo tiempo que aumentaba su temperatura. La extraña niña era sorprendentemente rápida para su tamaño, aunque vestía una indumentaria que parecía estar hecha para ese mismo fin: una camiseta sin mangas, unos pantalones cortos y unas zapatillas. Todo ello del mismo color blanco. El hecho de que parecía un conjunto del que proporcionaban en los centros de investigación que llevaban operando en su ciudad natal desde que tenía uso de razón.

Algo no iba bien.

¿Como sabía que ahí se usaba ese tipo de uniforme? No lograba recordar haber estado nunca en el interior de esos centros, ni de haber conocido a nadie que me pudiera haber facilitado ese dato.

La temperatura seguía aumentando. El oxigeno continuaba disminuyendo. El desierto que hace un momento estaba acercándose ahora ya estaba abrasando las plantas de mis pies ¿cuanto llevaba descalzo? ¿llevaba los zapatos cuando alcé la cámara a la altura de mis ojos momentos antes de que ella tirara de mí?

Cada vez me pesa más el cuerpo. Un brillo cegador es todo cuanto percibo.

Luz.

Más luz...


Y finalmente oscuridad.

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